Para ser totalmente
sincero, al empezar a escribir esto tengo solamente una idea que me da vueltas
por la cabeza, pero que necesito expresarla, desarrollarla, defenderla, y si me
sale… será más que una idea, sino, me la tengo que olvidar.
Recuerdo hace bastantes años, cuando todavía era un niño y
no entendía mucho de sociedad, política y esas cosas (que ahora tampoco termino
de entender, aunque lo intento), y se decía que a los políticos les convenía
generar pobres, que a las personas no les alcance para comer, o que se
alimenten deficientemente, y que esa marginalización acabe por ser futuros
votos en las urnas ya que, como diría el gran Santi Aysine “Lo cierto es que sin nada en la heladera, se nos llena de vacío la
razón” .
La secuencia sería básicamente:
personas que no comen, mentes que no pueden pensar, votos que se pueden comprar
barato, elecciones ganadas, poder, corrupción, negocio.
Lo que hoy siento, al mirar críticamente esa situación
típica de la política de hace más de diez años y para atrás, es que me es innegable sentir que sigue estando
presente en la actualidad: sólo basta con observar la marginalidad en las
grandes ciudades (principalmente el conurbano bonaerense), el olvidado y
desprotegido Norte de nuestro país, etcétera. En esos lugares, sigue habiendo
una pobreza extrema que da miedo, y que nadie quiere mostrar mediáticamente,
pero que basta con dar unas vueltas por esas zonas para entender que es así.
Por suerte todavía es posible ver la realidad en primera persona. En estos
lugares prima ese modus operandi de una manera perversa de entender la
política, a la que le conviene que haya pobres para que se repita el ciclo que
describí antes.
Pero lamentablemente ahí
NO está lo peor. ¿Por qué? Porque si hago una lectura de la manera de hacer
política un poco más acá en el tiempo (desde hace diez años, en adelante), noto
que esa situación desapareció en ciertos puntos, pero no desapareció para dar
lugar al pensamiento crítico, a los salarios dignos, al fomento del trabajo, a
la industria, a la ciencia, sino que evolucionó
a una forma peor, aún más fina y menos perceptible, pero también más
perversa que la anterior.
Se trata de tomar a los mismos sectores vulnerables, y
utilizando como medio asignaciones familiares y obsequios (*),
otorgarles cierta movilidad social momentánea, pero mientras tanto, aturdirnos
a todos con un relato autorreferencial
en el cual ellos mismos se colocan como dioses, como los hacedores de
una nueva Argentina mejor que la anterior y como dignos de nuestro elogio
constante, y a quienes les debemos todo. Dos factores hacen constantemente a
este sistema:
- Todo el aparato estatal (medios de comunicación,
el Congreso, la educación pública, el
entretenimiento, los deportes, las campañas públicas, celebraciones, actos
oficiales, etcétera) se encuentran al servicio de ese relato, y nosotros somos
las víctimas.
- Una práctica en extinción en nuestra sociedad: el pensamiento crítico. Nuestras
escuelas ya no enseñan a tomar la realidad, desmenuzarla, analizarla
críticamente y tomar postura. Esto es perverso: recibimos información y nos
adoctrinan como tontos. Sólo accedemos a ellos quienes personalmente nos
preocupamos por hacerlo, y no se trata de una política nacional educativa por
la cual se enseñe a los más chicos, desde su edad escolar, a no dejarse
engañar. Todo lo contrario: se nos mete información subjetiva y llena de
ideología.
Particularmente puedo rescatar logros del partido político
gobernante en los últimos años. Pero también puedo detectar un grado de
perversión y corrupción enormes, que me hacen ponderar los logros y esa
situación, y acabo por mirar todo lo que hacen a través de ese paradigma: ¿cuán valorable es cualquier logro, por
grande que sea, si mientras tanto se están aprovechando del pueblo, le están robando,
lo están estafando y nos están
adoctrinando a su gusto?
El conjunto de
relato, falta de pensamiento crítico, adoctrinamiento y esa situación de
vulnerabilidad en la que nos colocan que nos hace pensar que “todos le debemos lo que somos al gobierno”,
también se ve en las urnas, y también garantizan que sigan el poder, la
corrupción y que la política siga siendo un negocio.
¿A qué voy con todo esto? A que mientras la Presidente se
encarga de tejer un paralelismo entre antes y después de 2003, resaltando sus “logros”,
yo veo otra situación: para mí después de 2003, el aparato de corrupción y poder evolucionó, se hizo más fino, menos
perceptible, más perverso. Y tomar medidas claras y concretas para acabar
con todo eso debería ser la principal propuesta de cualquier política opositora
seria.
Creo que, por suerte,
no era sólo una idea loca J
(*)Quiero aclarar que NO estoy en contra
de las políticas de asignaciones familiares en sí mismas. Sí tengo un
concepto diferente de las ellas: desde mi punto de vista, para evitar que las
mismas se vuelvan clientelistas y contraproducentes, no deberían estar
planteadas para perpetuarse, sino sólo para parchar el problema de la falta de
trabajo, o la marginalidad. Sería más sano y más sincero que la verdadera
política de estado y tendiente a perpetuarse sea asegurarle a cada ciudadano un
empleo formal que baste para poder vivir y avanzar.